top of page

El Talmut de Babilonia

Foto del escritor: Rosemary Francisco santosRosemary Francisco santos
El Tamut de Babilonia, pueblito de encanto y sueños
El Tamut de Babilonia, pueblito de encanto y sueños

Por Rosemary Francisco, arquitecta.-


En un pintoresco pueblo donde las risas y las bromas se mezclaban con el susurro del viento y el canto de los pájaros al amanecer, vivía una madre abnegada que entregaba sus días al cuidado del hogar. Cada mañana, antes de que el sol asomara en el horizonte, sus manos ya se sumergían en agua jabonosa, lavando la ropa con dedicación, mientras su mente viajaba constantemente hacia los desafíos relacionados con el bienestar de su familia.

Al comienzo de su vida como madre, aquellos años transcurrían bajo el calor de las tardes, acompañados por el eco de las risas y los juegos de los niños en la calle de tierra. Su humilde hogar, con paredes de madera desgastada y un techo de zinc que cantaba bajo la lluvia, parecía frágil ante el mundo exterior. Sin embargo, en su interior habitaba un calor distinto, un calor que no provenía del sol ni del fuego, sino del amor, la esperanza y la felicidad que ella se esforzaba por mantener vivos, como un refugio para su pequeña familia.


A pesar de los escasos recursos que tenía, su sonrisa nunca se apagaba. Con creatividad y dedicación, lograba que la mesa siempre tuviera un plato de comida, por modesto que fuera. Las risas de sus hijos, que llenaban el espacio diminuto, eran la melodía que la alentaba a seguir adelante, mientras soñaba con un futuro más prometedor para ellos. En un principio, aquel hogar era un refugio de alegría, un testimonio de cómo el amor puede convertir cualquier rincón, por humilde que sea, en un lugar de plenitud.


Pero, con el paso del tiempo, la humilde casa, que una vez había sido un refugio de amor, fe y esperanza, comenzó a sumirse en un manto de tristeza. La madre, siempre luchadora, veía cómo sus fuerzas se agotaban frente a las incesantes carencias que cada día se volvían más severas. Apenas lograba reunir un bocado para sus dos hijos, aquellos a quienes amaba con devoción y quienes, a su vez, eran la razón que la mantenía de pie.


En las noches, cuando el mundo parecía dormido, sus lágrimas caían sin consuelo. Entre sollozo y sollozo, alzaba sus manos hacia el cielo, buscando una ayuda divina que parecía no llegar. Su voz, quebrada por la desesperación, suplicaba con fervor: "Dios mío, no me abandones. Dame fuerzas para seguir. La pequeña casa de madera resonaba con su llanto, un eco de su corazón partido por la impotencia.


Mientras tanto, la hija mayor, una jovencita en los albores de sus sueños y en plena flor de su juventud, intentaba escapar de aquella realidad sombría. Con una imaginación vibrante y un espíritu rebelde, soñaba despierta con un futuro brillante. En sus pensamientos se veía rodeada de luces y aplausos, siendo la estrella de grandes escenarios o protagonista de telenovelas. Para ella, la vida de riquezas y lujos era el camino hacia la felicidad. A menudo se miraba al espejo, ensayando canciones o practicando poses glamorosas, convencida de que su destino estaba lejos de aquel humilde rincón del pueblo.


Un día, mientras la madre luchaba por encender el fogón con los pocos pedazos de leña que había logrado recoger, la hija irrumpió en la casa con una energía desbordante. Sus ojos brillaban y su sonrisa iluminaba el espacio sombrío:


—¡Mamá, mamá! ¡Ese señor que está allá me invitó a una fiesta en su villa junto al mar! —gritaba Isadora, entrando en la pequeña casa casi sin aliento, con el rostro iluminado por la emoción. Sus ojos brillaban mientras describía aquel lugar que parecía sacado de un cuento de hadas—. ¡Es una isla paradisíaca, mamá! Rodeada de aguas cristalinas que reflejan el cielo, arenas blancas tan suaves que parecen polvo de estrellas, y palmeras que se mueven al compás de la brisa marina. ¡Un lugar exótico y remoto! Está lleno de paisajes tropicales, flores de colores vibrantes y aromas dulces que flotan en el aire. ¡Es como un rincón escondido en el medio del mar, mamá! ¡Un sueño hecho realidad!


Isadora daba vueltas por la pequeña sala, sus manos agitándose en el aire como si estuviera tocando la magia de aquel lugar.


—¡Oh, mamá, es lo que siempre he soñado! —exclamó con los ojos cerrados, como si ya estuviera allí—. ¡Está a punto de hacerse realidad, mamá! Sí, mamá! Va a ser una fiesta increíble, ¡déjame ir, por favor! Después de eso, me convertiré en una estrella de cine, mamá. ¡Seremos ricas, ya no tendrás que lavar ni una sola prenda más! Me dijo que puedo llevar a Raquel, a Irina, ¡incluso a mi hermano también. ¿Será que estoy soñando? ¡Pellízcame sin parar! Aunque, mejor no, porque si esto es un sueño, no quiero despertar. ¡Estoy tan emocionada, mamá, que siento que mi corazón va a explotar de felicidad!


Doña Eleonora, su madre, se quedó inmóvil, con las manos temblorosas sosteniendo un viejo paño de cocina. Observaba a su hija, tan eufórica y llena de vida, y no daba crédito a lo que escuchaba. Aquella invitación sonaba tan increíble, tan fuera de lo que jamás había imaginado para su familia, que no podía evitar sentir una mezcla de inquietud y desconcierto.


—¿Quién es ese señor, hija? —preguntó con una voz que intentaba sonar tranquila, aunque el peso de la incertidumbre se reflejaba en su rostro—. ¿Por qué te invita a un lugar tan… lejano?


Isadora, aún atrapada en su nube de emoción, apenas notó el tono de preocupación en la voz de su madre.


—¡Ay, mamá, no lo sé! Pero es alguien importante, lo sé por cómo habla y cómo se comporta. Tiene modales elegantes, mamá, y parece tan seguro de sí mismo. Dice que busca personas como yo, jóvenes novatas con sueños grandes. ¡Tal vez esta sea mi oportunidad de brillar, de salir de aquí y empezar la vida que siempre he soñado! —dijo mientras tomaba las manos de su madre con entusiasmo.


Pero Doña Eleonora, aunque amaba a su hija más que a nada en el mundo, no podía ignorar el peso que oprimía su corazón. Algo en aquella invitación no le parecía del todo correcto. Sin embargo, al ver la ilusión desbordante de Isadora, decidió no apagar su alegría de inmediato.


Hija, entiéndeme, no quiero que te hagas ilusiones sin saber bien de qué se trata. Estas cosas… a veces no son lo que parecen. 


En ese preciso momento apareció Alejandrina, la vecina de al lado y la mejor amiga de Eleonora. Como de costumbre, entró a la casa sin tocar, con esa familiaridad que da una amistad de tiempos antaños. Pero esta vez, algo no se sentía bien. Al cruzar el umbral, se detuvo en seco, sus pies quedaron enraizados al suelo. La algarabía que llenaba la sala la golpeó como una ola inesperada. No era normal escuchar tanto alboroto en esa casa, y menos a esas horas. Un escalofrío recorrió su espalda.


Alejandrina, frunciendo el ceño, se acercó lentamente al grupo. Eleonora, su amiga, con una mezcla de emoción y preocupación, comenzó a explicarle lo que sucedía, hablando rápido y casi sin tomar aire. Alejandrina la escuchaba, pero su expresión cambiaba por momentos. Al principio, solo parecía sorprendida, pero a medida que las palabras de su amiga seguían fluyendo, sus ojos se fueron abriendo más, como si no pudiera creer lo que oía, lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas


Con cada minuto que pasaba, el miedo se apoderaba más de Alejandrina, la vecina. Esta miraba a su amiga, esperando que todo aquello fuera algún tipo de malentendido, pero el brillo en los ojos de la madre de Isadora le decía que todo era real. Las palabras rebotaban en su cabeza, haciéndola sentir cada vez más atrapada en una situación de la que no había forma de escapar. Alejandrina, con el corazón cargado de angustia, pensaba para sus adentros: "Oh, Dios mío, la misma historia se repite una y otra vez." Un nudo en la garganta le impedía hablar, pero sabía que no podía quedarse callada. Finalmente, armándose de valor y decidida a proteger a su amiga del dolor que ella misma había vivido, se acercó a Doña Eleonora aún más, quien la recibió con una mezcla de curiosidad y con lágrimas de dolor. Mientras, Isadora se veía en la lejanía, bailando y cantando porque la realización de sus sueños pronto llegaría.


—Eleonora, siéntate, por favor —dijo Alejandrina, tomando sus manos con firmeza—. Hay algo que debo contarte, algo que he callado por vergüenza o por miedo, no lo sé… pero ya no puedo seguir guardándolo. No permitas que tu hija se vaya con ese hombre. Esas invitaciones, esas promesas de riquezas y sueños cumplidos… no son más que carnadas para engañar a jóvenes llenas de ilusiones.


Leonora la miró con los ojos abiertos de par en par, sin poder pronunciar palabra, mientras Alejandrina continuaba con voz temblorosa pero decidida:


—¿Recuerdas cuando te conté sobre mi hija? Mi hija, mi pequeña, que un día se marchó del pueblo buscando una vida mejor… pero esa vida nunca llegó. A mi hija, Eleonora, a mi hija la vida le quitaron.  Nunca volvió a casa, y ni siquiera su cuerpo me entregaron para darle cristiana sepultura.


Un silencio pesado invadió el ambiente mientras Alejandrina intentaba contener las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos.


—A mi hija la llenaron de ilusiones, le hablaron de palacios, de joyas y lujos… Le prometieron un futuro brillante, como si fuera una reina; pero todo era mentira Eleonora. —Un vacío se produjo antes de continuar. —Mi hija Leonora, Mi hija, desobediente y obstinada, se fue con ellos, confiada y ciega por sus sueños. Y esos sueños, en lugar de salvarla, la llevaron a un mundo de perdición. Yo, impedirlo no podía; ya era mayor de edad; no pude evitar su condenación. Un cierto día pudo llamarme y decirme lo que sucedía; le hacían cosas siniestras y le suministraban bebidas que su memoria perdía. Me dijo que no aguantaba más y que su vida se quitaría. 


Alejandrina hizo una pausa.  Tomó aire hasta llenar sus pulmones. Entonces continuó, y mientras hablaba, apretaba las manos de Eleonora con fuerza.


—No quiero que tú pases por lo mismo, amiga. No quiero que esa ilusión tan grande que tiene Isadora se convierta en la pesadilla que yo viví. Por favor, habla con ella. Hazle entender que no todo lo que brilla es oro, y que a veces esos sueños aparentemente perfectos, son trampas que esconden un plan y dolor siniestro.


Eleonora, con los ojos llenos de lágrimas, asintió lentamente, asimilando cada palabra. La desesperación de Leonora era palpable, y el miedo de perder a Isadora comenzaba a apoderarse de su corazón.


—Gracias por contármelo, Alejandrina —susurró Eleonora finalmente con su voz quebrada—. No sé cómo, pero encontraré la manera de proteger a mi hija. Esto no le pasará a Isadora, te lo prometo, amiga mia.


Alejandrina y Eleonora se abrazaron con fuerza, unidas por la mezcla de dolor y esperanza. La confesión había dejado al descubierto un mundo de sufrimiento que ninguna madre debería experimentar, pero también había encendido una chispa de determinación en el corazón de Leonora.


Esa noche, mientras el sol se escondía tras las montañas, Eleonora se sentó junto a Isadora, decidida a cortar de raíz las ilusiones de su Isadora.


Hija mía, de ese aparente hermoso viaje que hablas, no será posible hija mía. Está lleno de peligros. Será un viaje sin regreso, y yo hija mía no quiero eso. Son gentes disfrazadas pero con propósitos siniestros. —Al escuchar esto, Isadora se paró de repente y perdió sus estribos.


—Madre, no me digas más, porque ya lo he decidido y punto final…


—Hija mía, yo como tu madre que soy, te deseo lo mejor; siéntate aquí conmigo, como cuando me sentaba por las noches cuando tenías pesadillas, ¿recuerdas hija mía? que siempre te decía que yo te protegería de dinosaurios y dragones? Este momento ha llegado mi adorada Isadora; esos sueños que te acechaban pueden ser realidad un día... 


Su madre continuó contando la desdicha de la hija de Alejandrina, su vecina.


Aunque Isadora inicialmente reaccionó con incredulidad y desilusión, poco a poco las palabras de su madre comenzaron a calar en su corazón. Se dio cuenta de que los sueños verdaderos no se construyen con promesas vacías, sino con esfuerzo, cuidado y el apoyo de quienes realmente la amaban.


Este mundo está lleno de almas insensibles, capaces de engañar sin escrúpulos, dañando incluso a los más inocentes. Tener riquezas, lujos o poder no define la grandeza de una persona. La verdadera nobleza radica en amarse a sí mismo y a los demás, aceptando lo que se tiene mientras se lucha, con esfuerzo y dedicación, por alcanzar los sueños, siempre guiados por el amor y la honradez.


A Isadora ésto le llegó a lo más profundo de su ser, pero ella lo entendió. Desde aquel día, con una voluntad inquebrantable, dedicó su tiempo y energía a sus estudios. Empezó a hilar su sueño de ser doctora, y ese sueño, guiado por el deseo de sanar heridas, se convirtió en su faro. Finalmente, con dedicación y sacrificio, logró graduarse, y su propósito en la vida se convirtió en ayudar a quienes más lo necesitaban, devolviendo salud y esperanza a los menos agraciados.


La vida no es tesoro ni riqueza, ni joyas que en el oro se reflejan; es el amor que en almas puras dejan el paso de la fe y la fortaleza.


Y así, su humilde casa dio cabida a la esperanza nueva y su diseño: amar, luchar, honrar el don de vida.


En aquella pequeña casa, el eco del esfuerzo y el amor resonaba más fuerte que cualquier riqueza terrenal. La verdadera abundancia se hallaba en la unión de sus corazones; en la certeza de que, con esfuerzo y amor, la vida podía renacer en un terreno fértil de esperanza y propósito.


Así como Eleonora, recuerda siempre proteger y cuidar a tus hijos, quienes, en su inocencia y sueños, pueden convertirse en presas fáciles de manos siniestras que se aprovechan de sus ilusiones y vulnerabilidades. Enséñales a discernir entre las promesas vacías y las oportunidades verdaderas, a valorar su dignidad, y a caminar con firmeza por un camino donde el amor propio, la prudencia y los valores sean su guía. Los hijos son tesoros invaluables, y como padres, nuestra labor es ser su refugio y su brújula en un mundo lleno de peligros disfrazados de promesas tentadoras.




Sin más, tu amiga Eleonora.




 
 
 

Comments


En Lowell Corazón Latino nos representa un corazón.
bottom of page