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¿Quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy?

  • Foto del escritor: Rosemary Francisco santos
    Rosemary Francisco santos
  • 22 ago
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 23 ago

Por Rosemary Francisco Santos

Somos una chispa divina del creador
Somos una chispa divina del creador

¿Quién soy? Soy un fragmento de la esencia divina, una chispa que brota de la fuente eterna. No soy algo separado, sino una expresión viva de la divinidad creadora que habita en todo. En realidad, no hay un “yo” aislado, porque soy parte de ti, como tú lo eres de mí; en nuestra esencia no existen fronteras ni distancias: somos reflejos del mismo origen, ondas que vibran en un solo océano de luz.


En cada mirada y en cada gesto, la divinidad se reconoce a sí misma, recordándonos que no existe el “otro”, sino una sola vida compartida. Soy la respiración de lo eterno, la melodía que une lo visible y lo invisible, la materia y el espíritu. Y cuando me recuerdo a mí mismo, también te recuerdo a ti; cuando te abrazo, me abrazo a mí, porque somos fragmentos indivisibles de la misma verdad infinita.


A veces piensas que somos distintos, como gotas de agua con formas o colores diferentes. Quizás creas que tu piel, tu riqueza o tu historia te hacen mayor o menor que otro. Sin embargo, esas son solo apariencias pasajeras. Lo profundo permanece intacto: tú eres yo y yo soy tú. La diferencia es ilusión; lo eterno, unidad. Y el amor es el hilo que nos recuerda quienes somos, conectando nuestra chispa con el todo.


En medio de esa ilusión, olvidamos quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos. Nos perdemos entre comparaciones, juicios y temores. Pero llegará el día en que recordemos. Entonces sabremos que nunca hubo arriba ni abajo, mejor ni peor, sino un solo fluir del mismo océano que nos contiene. Ese despertar nos mostrará que nunca estuvimos solos, que nunca fuimos distintos, que siempre fuimos parte de la totalidad.


Pero ese olvido duele a los que han caminado más alla de lo agendado, porque en este olvido nos hemos vuelto insensibles e inhumanos, el amor se extigue a cada paso que damos. Me hiere tu falta de memoria cuando me tratas como extraño, cuando me atacas como si al herirme no te hirieras también a ti. Nos olvidamos de que somos hermanos más allá de lo humano, hijos de la misma tierra que nos da todo en plenitud. Pero hemos llamado progreso a lo que nos separa: intoxicamos nuestro cuerpo, contaminamos lo natural, cubrimos lo puro con lo falso.


La tierra, madre generosa, nos ofrece alimento, medicina y sustento, pero preferimos lo fabricado, lo envasado, lo que parece moderno aunque nos marchite por dentro. Hemos cambiado la frescura de lo simple por la ilusión de lo complejo, y en ese olvido nos vamos apagando, como una flor privada de sol. Si recordáramos que la misma fuerza que late en la naturaleza late en nosotros, no la destruiríamos ni nos destruiríamos. Porque lo que le hacemos a la tierra, nos lo hacemos a nosotros mismos. Y es el amor el que nos recuerda reconectar con esa fuerza, con nuestra verdadera esencia que a todos nos une a traves del amor.


Y si olvidamos de dónde venimos, también olvidamos hacia dónde vamos. Pero la verdad es que venimos del infinito, del todo que no tiene principio ni final. Venimos del aliento divino que encendió cada estrella, del silencio que guarda todas las respuestas, de la semilla inmortal que palpita en nuestro interior. Venimos de la unidad, de la chispa que arde en cada corazón, del río eterno que fluye en todas las almas. El amor nos guía de regreso a esa unidad.


Aunque ahora caminemos sin memoria, llegará el día del despertar. Entonces comprenderemos que siempre regresamos al mismo origen, que nunca estuvimos lejos, que somos reflejo de lo eterno. Esta vida es solo una escuela, cada experiencia es una lección, cada tropiezo un recordatorio, cada alegría una revelación. Pero si seguimos ciegos, repetiremos la misma historia de tantas civilizaciones extinguidas por la misma razón: la falta de amor, y el ego desmesurado hacia alla tambien volveremos, porque ellos fueron nosotros y nosotros somos ellos, una y otra vez.


La vida nos ofrece señales, la naturaleza nos muestra equilibrio, el amor nos recuerda el camino. Y aun así insistimos en olvidar, en destruir, en repetir el mismo error. Aquí no estamos para acumular riquezas ni para alimentar egos vacíos, sino para despertar a nuestra verdadera naturaleza: la unidad, la armonía, la conciencia de ser parte de un todo mayor.


Si lo logramos, dejaremos de temer la extinción, porque recordaremos lo eterno que vive en nuestro interior. Hacia donde vamos? Vamos hacia el mismo origen del cual venimos, aunque a veces nos extraviemos en sombras y distracciones. Vamos hacia la unidad, porque no hay otro destino posible: tarde o temprano todos los caminos conducen de vuelta a la esencia divina que nunca nos abandona. Y el amor será nuestra brújula para reconocer nuestro camino.


Hacia allá vamos: hacia el despertar de la conciencia, hacia el tiempo en que recordaremos que la tierra y el espíritu son uno, que dañar la creación es dañarse a sí mismo, y que amar al prójimo es abrazar nuestro propio reflejo. Vamos hacia el infinito, hacia la luz que nos espera con paciencia, hacia la comprensión de que el viaje no fue más que un regreso a nosotros mismos, a lo eterno, a lo divino.


Al final, todo se resume en recordar lo que nunca hemos perdido: somos fragmentos de lo divino, viajeros que olvidaron su origen para aprender a reencontrarlo. La vida es el puente entre el olvido y la memoria, entre la ilusión de la separación y la certeza de la unidad. No importa cuánto nos extraviemos, el destino siempre será el mismo: volver a la fuente de donde venimos.


Cuando comprendamos que lo que le hacemos a la tierra y a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos, habremos aprendido la verdadera lección. Y en ese despertar descubriremos que nunca hubo distancia ni ausencia, porque lo eterno siempre ha vivido en nosotros. El amor nos recordará "Quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos", al reencuentro con nuestra esencia, al abrazo con la totalidad, al regreso consciente a lo infinito.

 

En Lowell Corazón Latino nos representa un corazón.
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